sábado, 21 de mayo de 2016

Hasta el amanecer

Quedarnos despiertos hasta el amanecer era el desafío de todos los veranos. Pero nuestra niñez tuvo cinco veranos y ningún éxito.
Nunca llegamos hasta ese momento alucinante en que la negrura comenzaba a palidecer y las nubes a teñirse de naranja y los pájaros se precipitaban a afinar sus picos y ensayar el concierto que darían durante el día. Nunca llegamos hasta ese momento que, por aquella época, no podíamos describir. ¿Podemos ahora?
Eran varias nuestras argucias para salir airosos, para lograr la proeza. El basquet con medias, el family game, los dibujitos animados, las películas de cable… la soda fría, el agua de la canilla del baño, los alfajores que serían frutos recogidos a mitad de la noche, amuletos exquisitos para espantar los peligros en la recta final, pero que comíamos antes de las doce porque no sabíamos esperar ni respetar los planes. Una vez creamos con una caja de zapatos y dos lápices que giraban una especie de pantalla en la que pasábamos una película de personajes inventados, pero al tercer personaje nos aburrimos y el sueño metió su cola. La película se llamaba Without fear. Sin miedo, pero en inglés sonaba mejor.
Aburridos o no, pasadas las dos de la madrugada, siempre el sueño comenzaba a gravitar, alguien invisible nos colgaba plomadas de los párpados y sentíamos que la noche era eterna e invencible.
Quizás fuera la culpa por hacer algo que nuestros padres no habían aprobado. Tampoco desaprobado. Ni siquiera se lo contábamos. Pero ese vacío legal era peor que la clandestinidad y quizás la proeza fuera hacer algo que no estuviera legislado, algo así como la aventura del artista al crear.
Cierta vez sentimos unos ruidos en el techo de tejas de nuestra habitación y el pánico se apoderó de nosotros. Los ruidos no cesaban y a pesar de que sabíamos que podían ser gatos, nos dejamos llevar por la certeza de que eran personas, ladrones, asesinos, que venían a buscarnos. Esa noche yo me dormí llorando y totalmente tapado por la sábana. Al otro día mi hermano se burló de mí delante de un amigo y me sentí traicionado.
Creo que no volvimos a intentarlo.
Después vino la adolescencia, los bares, los boliches, tomar la noche por las astas, los amaneceres fáciles y sin gracia.
Después vino hoy. Esta noche de verano en que me pregunto qué buscábamos en ese juego que nunca ganamos, qué significaba para nosotros… qué estaba escrito entre la noche y la mañana, disponible y vedado, que nos llamaba y luego nos esquivaba.
Esta noche de verano en que miro la infinita negrura y me pregunto si con este poco de soda fría y la poesía, podré averiguarlo.   

El lenguaje que ve

Crítica de Adiós al lenguaje para Revista Aglaura
http://www.revistaaglaura.com/#!cine-relatos-iv/c1x20

Adieu au langage (Adiós al lenguaje)  
Jean-Luc Godard
Francia 2014
  

¿Cómo hacer arte con la imagen, en la era de la imagen? es una pregunta útil para pensar la última película de Godard. El cineasta francés elige como respuesta una especie de video-arte de larga duración (70 minutos). Forma que expande por antonomasia el potencial lúdico para escribir, filmar y editar, para manipular imagen, sonido, letra y voz. Así los juegos proliferan en el film y van desde el uso de las nuevas tecnologías hasta la parodia intelectual, pasando por trucos barrocos, etc.

Si la sinopsis oficial del film hace referencia a la historia de una pareja con dificultades y a un perro que la ayuda a ser feliz,  es una mera artimaña para cazar consumidores distraídos; porque hablar de una historia no es más que forzar los contornos de una trama que es un flujo fragmentario e inestable, que no avanza sin volver sobre sí mismo, que a veces se desborda, pero triunfa cuando desemboca en texturas, encuadres abstractos, escenas de gran belleza –por ejemplo, unas manos que se enjuagan en una fuente sucia de hojas- o frases de la lucidez del agua del río cuando habla. Claro que esos triunfos pueden perderse en el mismo flujo como puede perderse el espectador: no tolerar los setenta minutos del film y abortar la misión.

Hay un rumbo. Pero ese rumbo no redunda para nada en una historia. La pareja mencionada sí sirve para ejercer una dialéctica que lo revela. Dialéctica amorosa, que representa a su vez la dialéctica entre el ser humano y el mundo, entre el sujeto y el objeto. Así la pregunta primera se vuelve más esencial: ¿Cómo ver en la era de la imagen? O simplemente ¿cómo ver? ¿Cómo ver al otro? ¿Cómo ver el mundo?

El protagonista cita a Monet: “no pintamos lo que vemos porque no vemos nada”. Si no vemos nada, la era de la imagen no sería otra cosa que un intento de cura, de remediar tal nada, precipitado por el miedo que estar a oscuras provoca.“Hoy en día todo el mundo tiene miedo” dice la protagonista.

Claro que, como se dice, es peor el remedio que la enfermedad y “las imágenes están asesinando el presente”. Paradójicamente, la era de la imagen no ayuda a ver con claridad, sino que juega a favor de la confusión, alejando al ser humano de la vista privilegiada del animal, representada en la película por el perro, que se pasea por la ciudad y el bosque por igual, sin mayores perturbaciones. 

Justamente se habla en el film del mundo como bosque. Tomando esa metáfora, podríamos decir que el mundo es un bosque frente al cual el sujeto tiene tres opciones: o talarlo o enmarcarlo o quitarse los ojos. Godard se arroja a la segunda opción, la más prudente y la más difícil: “una habitación con vista a un bosque cercano” dice el protagonista.

Entre las decenas de citas de la película, muchas no explicitadas, muchas ligadas a la política del siglo XX, que producen cierto desfasaje o anacronismo, aparece una idea de Platón: la belleza como esplendor de la verdad. Para los griegos el verdadero conocimiento estaba asociado simbólicamente a la vista (idea =eidós= vista).

Podemos decir, para concluir, que la película apunta a lograr, más que un marco, un lenguaje que vea. El lenguaje que ve. En una sola palabra, poesía. Que lo logre o no, dependerá del espectador. Y allí radica su principal falencia y su principal virtud. 

Pájaro en mano

Crítica de Birdman para Revista Aglaura
http://www.revistaaglaura.com/#!cine-relatos-v/cjao


Birdman (o La inesperada virtud de la ignorancia)
Alejandro González Iñárritu
2014


Recordaba una frase de Oscar Wilde que reza: “es más fácil reponerse de un fracaso que de un éxito”. Pero buscándola en internet hallé una cita un tanto diversa: “un tonto nunca se repone de un éxito”. La memoria es torpe, pero nunca en esencia. Porque cualquiera de las dos frases podría ser el leitmotiv de Birdman. Un actor, otrora exitoso por encarnar a un superhéroe en la pantalla grande, intenta relanzar su vuelo. Para esto decide ser director y actor de una obra de teatro en Broadway y vive, durante el filme, un purgatorio preestreno a partir del cual o retornará al cielo o se hundirá definitivamente en el infierno.

El tema es de por sí interesante, ya que aborda cierto componente trágico de la existencia humana. Pero se estanca en el desarrollo y se pierde sin frutos en las dos aperturas de la Forma: el principio y el final.

El estancamiento es, digamos, un empantanamiento estético. Simular un solo plano secuencia absoluto –caballito de batalla de la película– haciendo un montaje de múltiples planos secuencia arroja un resultado curioso: que el artificio sea redundantemente artificial. Y al contrario de lo que podría suponerse, no crea temporalidad ni espacialidad, primordiales para el drama. El hecho de limitar el espacio al teatro y sus confines podría ser favorable, lograr lo que Fausto de Sokurov con el pueblo, pero eso no sucede. También podría ser favorable el hecho de circunscribir la historia al momento del estreno de la obra y sus confines. 

Pero el tiempo en la película de Iñárritu padece la insana contradicción de ser pesado y efímero. Así como el espacio se muestra desdibujado y claustrofóbico.

Los planos cortos e incómodos, los diálogos constantes de ingenio dudoso, el despliegue superficial de personajes con sus propios dramas superficiales, el elemento fantástico o mágico-animista y el ruido de fondo hecho, por ejemplo, por un injerto de la batería de Weekend de Godard –oh posmodernidad– no ayudan.

Por otro lado, los personajes, vínculos y situaciones –ejemplo, padre ausente = hija drogadicta– pecan de trillados. Todos los personajes están presos de un narcisismo de tripas demasiado gordas, las cuales arrastran como lastres de principio a fin. El film pretende mostrar a personas sin trajes de superhéroes, sin contornos ideales. Así como Morton Feldman le dijo a Cage que las palomas no son libres, sino que se pelean por una miga de pan, Iñárritu quiere encuadrar esas palomas como mostrándonos el descubrimiento de la pólvora, a nosotros, ingenuos espectadores: «No se crean: Hollywood, la fama, los artistas no son lo que parecen, no todo lo que brilla es oro».

Pero el retrato psicológico de los personajes hace agua, por grosero más que grotesco, y por el tono altanero e irónico de la película, que mira de arriba a sus personajes como si ella misma no fuera también una víctima irremediable de Hollywood, un pájaro acogotado por su mano.

La película no termina de definirse y termina transitando el mismo camino que El cisne negro de Darren Aronofsky, al mezclar, sin rebajarlo con sutil ambigüedad, realidad y obra, obra y obra, obra  y delirio y delirio y realidad. Y se pretende una solución final mediante el ascenso, más literal que metafórico, más  arbitrario que sorpresivo, del personaje.

Casi como un deus ex machina del teatro griego, el director salva al personaje sin tener éste ningún mérito, ni moral ni formal, sin que haya una necesaria transformación de la Forma. Al decir de Lorca, el personaje, y la película, es sólo un barco que busca ser mirado para poder hundirse tranquilo.

A riesgo de arruinar el final poético de la reseña, agrego dos cuestiones:

-El subtítulo de la película, La inesperada virtud de la ignorancia, es demasiado incongruente. Parece de otra película o de un libro de autoayuda.

-Tanta incongruencia me hace sospechar… quizás sea yo el que no haya captado la relación. Pero la posibilidad de ver de vuelta Birdman me repele. Y eso es lo más claro que tengo para decir de la película. 

domingo, 23 de marzo de 2014

“Un velorio es una fiesta con vos”: sobre El orgullo de mamá


Esto no pretende ser un análisis exhaustivo de El orgullo de mamá, sino una reflexión iluminada por un acercamiento a su obra. 
El juego, ampliamente teorizado, Gadamer en el campo de la filosofía y Winnicott en de la psicología clínica por ejemplo, es una necesidad fundamental del hombre.
Es en el arte donde el juego debería verse en su máximo esplendor, pero, paradójicamente, y tristemente, suele menguar o ausentarse porque allí las dificultades del juego también logran su esplendor.
Pero ¿cuáles serían estas dificultades?
El niño corre con una gran desventaja al jugar: no puede ser adulto. Pero cuando llega a la adultez corre con su desventaja opuesta: no puede ser niño.
Así el juego del niño se vuelve demasiado inocente y por ende disipado, fragmentario, carente de finalidad, inconcluso. El juego del adulto por su parte pareciera demasiado peligroso y por ende controlado, cerrado, garantizado.   
A pesar de cierto ideal romántico, la idea del artista en tanto niño es falaz ya que éste no puede pisar más allá de su patio y así su obra se consagra en la inexistencia.
Pero el artista en tanto adulto es aborrecible ya que abraza una metafísica “oficialista” para obtener sentido o reconocimiento de su actividad o simplemente para que sus cuentas cierren a fin de mes.
El artista debe conciliar al niño y al adulto como necesita, según Nietzche, de la guía de Apolo y Dionisio por igual.
El orgullo de Mamá resulta, desde mi punto de vista, un ejemplo de esto, evidente en sus sonidos y palabras (a veces sus sonidos se oyen como palabras y a veces las palabras se oyen como meros sonidos). Pero identifiquemos su responsabilidad lúdica en las letras:
-la lucha contra deidades infantiles como las Tortugas ninjas.
- el lucro cesante de juntar monedas que no existen.
-un alfajor que al desaparecer no sólo deja de existir, sino que obliga a sus consumidores a ir a buscarlo cueste lo que cueste.
-alguien va a un supermercado, pero para evadirse de su ambiente no juega con los changuitos ni se esconde en su laberinto de góndolas ni lo critica como un pseudoprogresista ni compra nada.   
Atenti a las siguientes máximas que entrañan otros enigmas, tan simples como enloquecedores:
-Hay ciencia en el ritmo.
-Aprender es genial.
Cuando alguien o varios se disponen a jugar es difícil catalogar su hacer en un género, incluso en una disciplina. Al menos a mí me resulta injusto decir que El orgullo de mamá es una banda de rap… cuando las personas juegan los elementos y herramientas en cuestión parecerían intercambiables, cuando las personas tienen al juego como regla del juego hallamos una densidad que traspasa lo artístico y se unta sobre lo antropológico. No importa si es música, pintura o letras: juegan y punto.
Pero es insoslayable que la obra de El Orgullo de mamá nace en el campo de la música en su tiempo más difícil: Spinetta ha muerto. A pesar de lo que se presupone, la muerte de un Dios-Padre nunca produce liberación y menos cuando sobreviene inesperadamente (o sea, siempre). 
Por eso pululan día a día artistas que se entregan al homenaje. Hacen una música agradable, cuando no bella, pero ya legitimada, cuya solemnidad y falta de humor la acerca a una música de luto. ¿Por qué luto? Porque pareciera recordarnos no sólo que alguien amado ha muerto, sino que nada nuevo puede nacer: algo parecido pasa con Alejandra Pizarnik en el campo de la poesía.
Esa música devota –porque ¡quieren ser el orgullo de papá!- es de una corrección poética que me recuerda, según una metáfora culinaria, al puré cheff: fácil de hacer porque ya viene hecho, sólo hay que reproducirlo, y más rico hasta que el tiempo o el verdadero puré de papás regrese para decir lo contrario. 
Hace falta tiempo para que se haga evidente este luto encubierto. Afortunadamente, dos “treintañeros” se subieron a una terraza y luego subieron la terraza a Youtube para gritar desde allí <Gilda libre siempre viva> y el velorio sea una fiesta con ellos.   
Justamente es Gadamer quien habla del arte como juego, pero también como fiesta. Y si pensamos en Winnicott, sólo el juego puede ayudarnos a atravesar dignamente las pérdidas. 
En suma, El orgullo de mamá es espontáneo y artificial, efervescente y milimétrico, ridículo y científico, paradojas que se  repliegan como un fuelle en una sola: el niño y el adulto dándose una mano.
En su mezcla de Mario bros y canon a dos voces, de parábola de Zenón y monstruos olorosos, de hormigón armado y gobernadores poco confiables, tiene la capacidad, más que de liberar, de obligarte a crear…. Crear…. Eso que no necesariamente hace que alguien sea el orgullo de su madre, pero sí que sienta el orgullo de una madre: de dar a vida en medio del luto que es la oscuridad del universo.


    

jueves, 27 de febrero de 2014

Reseña de Bella hambre por Andrés Alvarado

Reseña de Bella Hambre (2013, Venezuela) 

en http://www.poesiaargentina.com/agenda.php

Si algo me gusta de la poesía de Gastón Córdova es la sutileza con que pone de manifiesto lo absurdo del presente. Con poemas que van de la ironía a la crudeza, siempre certeros y, por sobre todas las cosas, inteligentes, logra correr el velo a la naturalización de ciertos elementos cuyo uso desmesurado, obsesivo y acrítico, resulta cada día más asfixiante: “(mensaje de texto) Infinito, te estoy esperando hace media hora, / Yo ya empecé a bailar”; o: “(mensaje de texto dos) hola. Estoy en la sala de máquinas del viento. / ¿Vos por dónde andás?”. 
Córdova no reniega de los objetos que hay a nuestro alcance y que, nos guste o no, dan forma a nuestra vida cotidiana. Contrariamente, en una actitud a mi juicio valiente, los hace ingresar al poema, no como mera copia, ni por filiación a determinada corriente artística o por “moda poética”; sino para ponerlo en diálogo con otra cosa, ya sea con ese halo de misterio que también nos rodea pero al cual no miramos, distraídos —por no decir sodomizados— por las luces de artificio de la conexión total; o bien, para hacerlo dialogar con ese absurdo que existe detrás de todo esto: “(Leer con voz de superhéroe) para vencer al WIFI/ voy a transformarme en jugo de manzana/ y tomarme/ en serio”.
Entonces, lo que se ve, lo que queda en el contraste del poema entre lo extraño naturalizado y lo natural extrañado, parece ser esa falta de referencialidad dominante en el mundo de hoy: “y lo vi: el álamo era el DJ del abismo”. 
En igual dirección, tampoco duda en hacer ingresar en sus textos a determinados personajes, procedimiento con el que también pone de relieve cierta frivolidad, que decididamente va de la mano con la desmesura comunicacional de la que hablaba más arriba: "31 (Viviana Canosa) miro la repetición a la una/ de la madrugada/ de un programa de chismes/ del espectáculo,/ es mi petaca de bálsamo,/ y la prueba perfecta/ de que la frivolidad es la etapa superior del dolor./ La conductora/ es autora de un libro/ que escribió otro,/ se llama Basta de Miedos".
Como vemos, Córdova no se queda en el humor. Aunque pueda arrancarnos una sonrisa, su poesía no es cómica, bizarra, ni graciosa, sino que se vale de la ironía para encender la mecha y disparar. Dice más adelante en el mismo poema: "una víctima de la salvación/ me merece más respeto/ que un intelectual,/ más ahora que los intelectuales se hacen los chistosos/ por Facebook/ y hablan del peronismo/ como procedimiento literario (…) Yo tendré el silencio mal anillado/ mientras que Dios/ siga sin recibir currículums".
Al estilo de los mejores personajes de Peter Capusotto y sus videos, que mediante el humor desnudan esa falta de asidero entre lo cotidiano y lo profundo, la tristeza y la alienación que habitan en el ser distraído por las más efímeras petulancias del pornográfico mundo de los fármacos y la publicidad; la poesía de Gastón Córdova se posiciona, a tono con su época, en ese lugar crítico pero manchado de barro, sin poses soberbias ni pretendidas alturas, sino desde el lugar del poeta que, preso del insomnio, se desespera sabiendo que “mañana será un instante infinito/ del mercado laboral”.

Andrés Alvarado

viernes, 1 de noviembre de 2013

Dedicado a Mónica Carró

29

Los teléfonos públicos mueren de pie
entre bandadas de folletos
de peatonal.
Ya no quiero navegar en un ataúd.
A fin de cuentas
crear no es tan diferente a creer.



(Del futuro libro Dos partes de una boca gigante)